sábado, 20 de diciembre de 2008

EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO


Uno de mis cuadros favoritos: "El regreso del Hijo Pródigo" de Rembrandt. Me gusta el significado de la parábola bíblica, pero, además, la obra de Rembrandt la enriquece. Tengo una lámina en casa y todos los días la contemplo unos minutos. Algún día me gustaría hacer lo que hizo Nouwen. He seleccionado una parte de sus escritos acerca de lo que para él significó este cuadro: le cambió la vida y le hizo profundizar aún más en sí mismo. Aunque en este caso he preferido seleccionar sobre todo ese primer contacto con el cuadro cuando lo vió por primera vez (os recomiendo que leáis su libro) y parte de una de las reflexiones que hace sobre Rembrandt. Lo acompaño de la pieza musical "Lascia chio pianga" aria de la ópera "Rinaldo" de Haendel. Me gusta la versión del film "Farinelli" a pesar de su artificio (ya que están mezcladas dos voces electronicamente, para dar más fuerza al tema), pero me quedo con la voz de Cecilia Bartoli en esta ocasión, es más natural. El significado de la letra del aria le va que ni pintado (nunca mejor dicho) al tema del cuadro: " Deja que llore mi cruel destino y que suspire la libertad..."


"Estar en San Petersburgo es una cosa. Tener la oportunidad de reflexionar tranquilamente sobre El Regreso del Hijo Pródigo en el Hermitage, es otra. Cuando vi la enorme cola de gente esperando para entrar en el museo, me pregunté cómo y durante cuánto tiempo podría ver lo que más deseaba. (...)
El sábado 26 de julio de 1986 a las dos y media de la tarde fui al Hermitage, caminé junto al río Neva y llegué hasta la puerta que Alexei me había indicado. Entré y alguien sentado tras una gran mesa de despacho me permitió utilizar el teléfono de la casa para llamar a Alexei. A los pocos minutos apareció haciéndome un caluroso recibimiento. Me llevó por una serie de pasillos espléndidos y escaleras elegantes hasta llegar a un lugar inaccesible para los turistas. Era una habitación larga de techos altos: parecía el estudio de un artista de cierta edad. Había cuadros por todas partes. En la mitad, había unas mesas enormes y sillas cubiertas de papeles y objetos de todo tipo. Enseguida me di cuenta de que Alexei era el director del departamento de restauración del Hermitage. Con gran amabilidad y muy interesado por mi deseo de ver el cuadro de Rembrandt con tiempo, me ofreció toda la ayuda que quisiera. Me llevó directamente al Hijo Pródigo, ordenó al vigilante que no me molestara y me dejó allí.
Y allí estaba yo, delante del cuadro que había estado en mi mente y en mi corazón desde hacía casi tres años. Estaba maravillado por su majestuosa belleza. Su tamaño, mayor que el tamaño natural; sus abundantes rojos, marrones y amarillos; sus huecos sombreados y sus brillantes primeros planos, pero sobre todo, el abrazo de padre e hijo envuelto de luz y rodeado de cuatro misteriosos mirones. Todo esto me impactó con una intensidad mayor de lo que nunca hubiera podido imaginar. Hubo momentos en los que me pregunté si el original no me desilusionaría. Todo lo contrario. Su grandeza y esplendor hacían que todas las demás cosas pasaran a un segundo plano. Me dejó completamente cautivado. Realmente, estar aquí era volver a casa.
Mientras muchos grupos de turistas pasaban rápidamente con sus guías, yo permanecía sentado en una de las sillas forradas de terciopelo rojo que están frente a los cuadros. Sólo miraba. ¡Ahora estaba viendo el original! No sólo veía al padre abrazando a su hijo recién llegado a casa, sino también al hermano mayor y a las otras tres figuras. Es un óleo sobre lienzo de dos metros y medio de alto por casi dos de ancho. Me llevó un rato darme cuenta de que efectivamente estaba allí, asimilar que estaba verdaderamente en presencia de lo que durante tanto tiempo había querido ver, disfrutar del hecho de que estaba sólo, sentado en el Hermitage de San Petersburgo, pudiendo contemplar El Regreo del Hijo Pródigo todo el tiempo que quisiera.
El cuadro estaba expuesto de la forma más adecuada, en una pared que recibía la luz natural de pleno a través de una gran ventana cercana situada formando ángulo de ochenta grados. Sentado allí, me di cuenta de que a medida que se acercaba la tarde, la luz se hacía más intensa. A las cuatro, el sol cubrió el cuadro con una intensidad diferente, y las figuras de atrás —que durante las primeras horas parecían algo borrosas— parecieron salir de sus rincones oscuros. A medida que transcurría la tarde, la luz del sol se hizo más directa y estremecedora. El abrazo del padre y el hijo se hizo más fuerte, más profundo, y los mirones participaban más directamente de aquel misterioso acontecimiento de reconciliación, perdón y cura interior. Poco a poco, me fui dando cuenta de que había tantos cuadros del Hijo Pródigo como cambios de luz, y me quedé durante largo rato fascinado por aquel gracioso baile de naturaleza y arte.
Alexei regresó. Sin darme cuenta habían pasado más de dos horas desde que se había marchado dejándome a solas con el cuadro. Con sonrisa compasiva y gesto de apoyo, me sugirió que necesitaba un descanso y me invitó a un café. Me condujo por los majestuosos vestíbulos del museo —la mayor parte del cual fue la residencia de invierno de los zares— hacia la zona de trabajo en la que habíamos estado antes. Alexei y su colega habían preparado una enorme bandeja llena de pan, quesos y dulces y me animaron a que lo probara todo. Tomar el café de la tarde con los restauradores del Hermitage no estuvo nunca en mis planes cuando soñaba con pasar un rato a solas con El Regreo del Hjo Pródigo. Tanto Alexei como su compañero me explicaron todo lo que sabían acerca del cuadro de Rembrandt y se quedaron intrigados por saber por qué estaba yo tan interesado en él. Parecían sorprendidos y algo perplejos con mis reflexiones y observaciones espirituales. Me escucharon muy atentamente pidiéndome que les contara mas. (...)
Aunque Rembrandt no estuvo nunca completamente libre de deudas y de deudores, cuando llega a los cincuenta años es capaz de encontrar un poco de paz. El calor y la profundidad de las obras de esta época muestran que las desilusiones no consiguieron amargarle. Al contrario, tuvieron un efecto purificador en su visión de las cosas. Jakob Rosenberg escribe: En 1663, Hendrickje muere y, cinco años más tarde, Rembrandt es testigo del matrimonio y de la muerte de su querido hijo Titus. Cuando Rembrandt muere en 1669 es un hombre pobre y solitario. Sólo su hija Cornelia, su nuera Magdalene van Loo y su nieta Titia le solrevivieron.
Cuando miro al hijo pródigo, de rodillas ante su padre, apoyando la cara contra su pecho, no dejo de ver al que un día fuera un artista autosuficiente y venerado, que ha llegado a comprender por fin que toda la gloria que hahía conseguido era gloria vana. En lugar de la ropa cara con la que el joven Rembrandt se retrató a sí mismo en el burdel, lleva una túnica sobre los hombros que cubre su cuerpo enfermo; y las sandalias con las que había caminado hasta tan lejos, están ahora gastadas y ya no sirven.
Pasando mi mirada del hijo arrepentido al padre compasivo, veo que los destellos de luz de las cadenas de oro, los cascos, las velas y las lámparas escondidas, han desaparecido y han sido sustituidos por la luz interior de la vejez. Es el movimiento desde la gloria que seduce en la búsqueda de la riqueza y de la fama, a la gloria que se esconde en el alma humana y que va más allá de la muerte." (H. NOUWEN)


Lascia ch'io pianga mia cruda sorte,
E che sospiri la libertà!
E che sospiri, e che sospiri la libertà!
Lascia ch'io pianga mia cruda sorte,
E che sospiri la libertà!
Il duolo infranga queste ritorteLetra de Lascia Ch'io Pianga - Sarah Brightman - sitiodeletras.com
De' miei martiri, sol per pietà
Lascia ch'io pianga mia cruda sorte,
E che sospiri la libertà!
E che sospiri, e che sospiri la libertà!
Lascia ch'io pianga mia cruda sorte,
E che sospiri la libertà!

Cecilia Bartoli: Lascia ch'io pianga

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