
Todos los muros y ciudades
en las que una vez habitó
el grito constante de mi savia,
las calles por las que corrí de niña,
las fuentes y los perros,
el lúdico vuelo de los pájaros
o la ebriedad del silencio,
la envoltura de la tristeza en su letargo,
la escritura de la sonrisa en sus orillas,
el mudo pálpito del agua
en la inmensa lejanía,
la palabra: la materia,
y este frágil esqueleto vestido de carne:
no me pertenecen. No me pertenecen.
foto: Saúl Yubero
texto: Virginova
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