Largo se le hace el día a quien no ama
y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y duro del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.
Una de mis películas preferidas. He perdido la cuenta de las veces que la he visto. No voy a comentar nada: simplemente os la recomiento fervorosamente.
Un poeta que he descubierto hace poco de la mano de mi primo. Mucho que agradecerle por ello. Emilio Ballagas (La Habana 1908-1954) forma junto a Nicolás Guillén y Eugenio Florit la trilogía de poetas importantes de la segunda generación republicana de Cuba. Su poesía es una mezcla simbiótica entre vanguardismo y purismo hasta evolucionar a formas poéticas de mayor madurez ("Júbilo y Fuga"). Los versos de este poeta están plenos de sensualidad y te transportan a atmósferas de luz, perfumes y rumores. Tengo entre mis manos su poesía completa y no puedo dejar de leerlo y revisarlo. (La pintura que encabeza la entrada es de Maxfield Parrish, bajo el título "Daybreak")
POEMA IMPACIENTE
¿Y si llegaras tarde,
cuando mi boca tenga
sabor seco a cenizas,
a tierras amargas?
¿Y si llegaras cuando
la tierra removida y oscura (ciega, muerta)
llueva sobre mis ojos,
y desterrado de la luz del mundo
te busque en la luz mía,
en la luz interior que yo creyera
tener fluyendo en mí?
(Cuando tal vez decubra
que nunca tuve luz
y marche a tientas dentro de mí mismo,
como un ciego que tropieza a cada paso
con recuerdos que hieren como cardos).
¿Y si llegaras cuando ya el hastío
ata y venda las manos;
cuando no pueda abrir los brazos
y cerrarlos después como las valvas
de una concha amorosa que defiende
su misterio, su carne, su secreto;
cuando no pueda oir abrirse
la rosa de tu beso ni tocarla
(tacto mío marchito entre la tierra yerta)
ni sentir que me nace otro perfume
que le responda al tuyo,
ni enseñar a tus rosas
el color de mis rosas?
¿Y si llegaras tarde
y encontraras (tan sólo)
las cenizas heladas de la espera?
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NOCTURNO
De pronto me he quedado como una rama sola
en espera del fruto y de la dulce hoja,
como un desierto, como un libro
olvidado en el polvo, como una silla rota
La sombra del abismo de los no bautizados
invade mi cabeza de una ceniza fría.
Estoy entre icebergs y barcos encallados,
entre máscaras viejas y frases sin sentido.
De pronto me he quedado como una rama sola
en un país de otoño perpetuo y angustiado,
como una isla de sal o un pájaro de nieve,
como un balcón sin rosas y una calle sin gente.
Han venido murciélagos, turbios niños de cieno,
oscilantes recuerdos como un suelo que cede
a la presión del pie... Fosforescencias mudas,
paraguas, esqueletos y no sé qué otras cosas...
De pronto me han cegado los ríos que yo amo,
me han talado los árboles y amputado los sueños.
¿Qué vuelo torpe, qué ala de espinas y membrana
va creciendo en mi pecho y me apaga las sienes?
Se llevaron los rostros y las cálidas manos,
las niñas con sandalias, los alegres muchachos
cuyas camisas se hinchan de viento y de hermosura
como velas de barcos, cuando van en patines...
De pronto me he sentido como un pozo sin fondo,
con un gusto muy triste de botella vacía,
esperando el amor del agua y sus estrellas,
la entrega de las nubes, el secreto del cielo.
Vendrán lámparas graves, realidad, ademanes
de caras familiares... puentes hacia la vida.
Habrán de devolverme al reino de las formas
del llanto y de la risa, de los perros ladrando...
Aquí mi rama espera el brote de su alondra,
la humedad de la hoja y el fruto madurando:
¡Oh! venid, voces vivas, luces y voluntades,
corroboradme el mundo, la verdad, los paisajes.
Me he decidido a colgar un poema más, aunque es de los antiguos (del 93). Hace relativamente unas semanas lo compartí con mi círculo de amigos. En su momento, lo recite en distintos eventos y lo publiqué en diversas revistas literarias modestas, también salió publicado en Ababol (La Verdad- Murcia), en una entrevista que me realizaron dedicándome dos páginas. Recuerdo aquellos días como una de las épocas más enriquecedoras y felices de mi vida, aprendiendo siempre de la poesía, a la que tanto respeto. Tal vez este respeto me ha llevado, entre otras cosas, a ausentarme durante mucho tiempo y, aunque he escrito nuevos poemas, aún considero estar en barbecho. La acompaño del tema "Avec le temps", uno de los más tristes y bellos temas que he escuchado. Os dejo la traducción más aproximada que he encontrado.
LA ESPERA
Las tardes que ahora me albergan
no son como las de antes. El silencio es viejo. Yo y el atardecer hemos aprendido juntos, el uno del otro, a través del tiempo furtivo. Ya no soy la niña que corría por los jardines estivales y que todo lo indicaba con el dedo, como si desde el principio conociera cada pequeño detalle, cada pequeña cosa, pero me faltara el temblor de las palabras aún desposeídas de mi cuerpo amanecido a su inocencia.
Las tardes que ahora me acogen, ya no son las mismas. Esta tarde, por ejemplo, he sentido la luz diáfana entre la largueza de los sauces y el agua atropellada de la fuente o el cantar altanero de los jóvenes verderones. En aquella infancia, estaba aislada de los sonidos ancianos del paraje que la brisa de mi propia senectud ahora me obligan a escuchar desde la penumbra de estas horas muertas.
Al menos me queda el cuenco de la memoria para recuperar esos pedazos de niñez, y poder darme al fin cuenta de que no es el atardecer el que ha cambiado, sino mi piel ahora marchita, mi bastón que en estos momentos se hunde en el grito de una elegía a la furia del pasado, mientras aguarda el albor de la noche y su indolente sombra...
Virginia Martínez.
Foto: Paco Salinas.
CON EL TIEMPO (Leo Ferre)
Con el tiempo, Con el tiempo , todo se va
Se me olvida tu cara, se me olvida tu voz, Y el corazón no late más, no tengo explicación, La vida es así, no hay nada más
Con el tiempo, Con el tiempo , todo se va
El amor que adoramos El amor que intuimos a través de una mirada Y que adivinamos entre palabras bellas Y de un juramento, que viene y se va Con el tiempo, todo se desvanece
Con el tiempo, Con el tiempo , todo se va
Incluso los mas formidables recuerdos cambian su imagen Entre las galerías iluminadas por rayos de muerte los busca Cada sábado noche cuando la ternura se queda completamente sola
Con el tiempo, Con el tiempo ya, todo se va los que creían estar enfermos los que ofrecían al viento sus joyas vendiendo su alma por nada Los que se arrastraban como perros Cuando el tiempo les iba bien
Con el tiempo, Con el tiempo ya, todo se va Se olvidan las pasiones y se olvidan las voces de la gente que nos decían : no regreses demasiado tarde y sobre todo no cojas frío
Con el tiempo, Con el tiempo , todo se va
Me siento cansado, como un viejo caballo, Me siento con frío, en una camita extraña Me siento muy solo pero tranquilo Me siento confuso, por los años perdidos
Sigo intuyendo -más que creyendo- que si realmente nos conociéramos, más allá del enemigo metáfísico al que alude Fernando, encontraríamos al amigo, al hermano que te tiende su universo de luz y belleza, tras el umbral de su propia sombra. Aunque también es cierto que para ello no sólo hay que despojarse de los harapos con los que danzamos en nuestra falsa felicidad, sino también de la personalidad o personalidades a las que creemos pertenecer, de los arquetipos que hemos hecho nuestros como piel propia, haciendo manifiesta la capacidad de descubrirnos a nosotros mismos. Ardua tarea. A pesar de la desalentada visión de Pessoa en su "Libro del desasosiego", merece la pena considerar sus reflexiones:
Si algo hay en esta vida que nos está destinado y que, salvo la misma vida, debamos agradecer a los Dioses, ese algo es el don de desconocernos: de desconocernos a nosotros mismos y de desconocernos los unos a los otros. El alma humana es un abismo oscuro y viscoso, un pozo fuera de uso situado en la superficie del mundo. Nadie se amaría a sí mismo si de veras se conociese, y así, no existiendo la vanidad, que es la sangre de la vida espiritual, nos moriríamos de anemia en el alma. Nadie conoce a otro, y menos mal que no lo conoce; y si llegara a conocerlo, conocería en él, aunque fuera su madre , mujer o hijo, al íntimo, metafísico enemigo.
Nos entendemos porque nos ignoramos. ¿Qué sería de tantos cónyuges felices si cada uno de ellos tuviese acceso al ama del otro, si pudiesen comprenderse, como dicen los románticos; si advirtieran que ignoran el peligro —si bien no es más que un peligro fútil— de lo que dicen? Todos los casados del mundo están mal casados, porque cada uno guarda en lo recóndito de sí, los secretos donde el alma del Diablo, la imagen sutil del hombre deseado que no es aquél, la figura voluble de la mujer sublime, que aquélla no realizó. Los más felices ignoran en sí mismos sus disposiciones frustradas; los menos felices no las ignoran, pero no las conocen, y sólo uno u otro arranque frustrado, una u otra aspereza en el trato evoca, en la superficie casual de los gestos y las palabras, el Demonio oculto, la Eva antigua, el Caballero y la Sílfide.
La vida que se vive es un desentendimiento fluido, un promedio alegre entre la grandeza que no hay y la felicidad que no puede haber. Estamos contentos porque, hasta cuando pensamos y sentimos, somos capaces de no creer en la existencia del alma. En el baile de máscaras en que vivimos, nos basta el agrado producido por el disfraz que vestimos, disfraz que en el baile es todo. Somos siervos de las luces y los colores, nos deslizamos en la danza como en la verdad, y no hay para nosotros —salvo si, despiertos, no bailamos— conocimiento del gran frío de lo alto de la noche externa, del cuerpo mortal por debajo de los trapos que le sobreviven, de todo cuanto, a solas, nos parece que es esencialmente nosotros, pero que, al fin de cuentas, no es sino la parodia íntima de la verdad de lo que nos suponemos.
Todo lo que hacemos o decimos, todo lo que pensamos o sentimos, muestra la misma máscara o el mismo disfraz. Por más que nos quitemos lo que vestimos, no alcanzamos nunca la desnudez, pues la desnudez es un fenómeno del alma y no de cosas que se sacan. De este modo, vestidos en cuerpo y alma, con nuestros múltiples trajes tan pegados a nosotros como las plumas a las aves, vivimos felices o infelices, o sin saber lo que somos, el breve espacio que nos dan los dioses para que los entretengamos, como niños que juegan a juegos serios.
Uno u otro de nosotros, liberado o maldito, ve de repente —pero incluso éste rara vez lo ve— que todo lo que somos es lo que no somos, que nos engañamos acerca de lo que está bien y no tenemos razón en lo que nos parece justo. Y ese que, en un breve momento, ve el universo desnudo, crea una filosofía, o sueña una religión; y la filosofía se expande y la religión se propaga, y los que creen en la filosofía pasan a usarla como indumentaria que no ven, y quienes creen en la religión terminan poniéndosela como una máscara de la que se olvidan.
Y siempre, desconociéndonos a nosotros y a los demás, y por eso entendiéndonos alegremente, pasamos en las volutas de la danza o en las charlas de las pausas, humanos, fútiles, serios, al son de la gran orquesta de los astros, bajo las miradas desdeñosas y ajenas de los organizadores del espectáculo.
Sólo ellos saben que nosotros somos víctimas de la ilusión que nos impusieron. Pero cuál pueda ser la razón de esa ilusión, y por qué ella o cualquier otra ilusión existe, o por qué ellos, ilusos también, nos entregaron la ilusión que nos dieron — eso, por cierto, ni siquiera ellos lo saben.
"Libro del desasosiego",Fernando Pessoa como Bernardo Soarez
Las fotos, tanto de la cabecera como de la nueva entrada, pertenecen a uno de los lugares predilectos de mi infancia y adolescencia: el cañón del Río Argos (Comarca del noroeste murciano). Ruta por la que anduve hace una semana junto a alguien muy especial para mí. El río, aunque lleva poco caudal, está lleno de vida a raudales (sapos, ranas, culebras, peces, lagartijas, zarzamoras, eneas...etc). Una nunca se cansa de caminar por entornos como éste y mi "alma" sonríe de nuevo como la niña que un día pisó por primera vez sus piedras, se bautizó en sus aguas y fué herida de amor por la zarza... Volveré: volveremos...
CANCIÓN DEL POETA ADOLESCENTE
He visto a las hienas cazando flamencos
y yo no me he movido. Ana Merino
Aquella fuente fresca y sombría, aquella, de donde yo bebía, se secó.
Recuerdo al niño de ojos claros que buscaba el agua clara: sed de ser.
La ilusión se elevaba como un campanario en el cielo, torre, nido, cigüeñas, azul. Tan intensa era la vida que la sangre se espesaba en momentos de felicidad, como para detener el tiempo.
Mas se alejó el joven del manantial, del torrente de agua límpia que murmuraba con el aire una canción.
Hoy todo es sed. Hoy todo es nada: ser de sed.
¡Quién pudiera ser romero, lluvia, hierba, jilguero, arroyo, jara, viento de levante, nieve blanca, encina soriana, culebra de agua, noche en la dehesa o luz de luna!
Sentir la sed aquella como entonces, de nuevo. Y no saciarla ya nunca.
SAÚL YUBERO(Zoolatrías y otros poemas)
Vaughan Williams: Fantasía on a Theme of Thomas Tallis